La siguiente escena es común para que quienes vivimos en el
valle de Aburrá… El bus en el que vamos transportados hacia nuestro destino,
siempre saturado de la música favorita del conductor, se detiene un momento y la puerta delantera se
abre, el conductor del vehículo gira el rostro y extiende la mano en busca del
dinero que todo nuevo pasajero le debe ofrecer en dadiva por su servicio, pero
en esta escena el chofer no encuentra pasajero o dinero.
Intrigado, molesto, inquieto o desprevenido, el conductor
siempre se revolverá en su asiento
estirando el cuerpo hacia la puerta para resolver el misterio de porque en su
mano no se encuentran los 1700 pesos colombianos (tarifa 2014), que siempre está
presto a recibir de sus menos importantes y siempre anónimos, pasajeros. Es
aquí donde empieza la acción.
Desde la perspectiva del pasajero que ya se encuentra en el
interior del bus, se escucha una voz aún sin cuerpo, que grita una súplica de
variadas modulaciones y sintaxis:
—¡¿Mono, me deja trabajar?!
—¡¿Padre, me colabora con el trabajo?!
—¡¿Me apoya para tocar?!
Frases que guardan el mismo objeto, conseguir el permiso del
conductor para subir al bus sin pagar el pasaje y ofrecer a las personas en el vehiculo
un producto por el cual espera recibir una moneda… Los productos ofrecidos son variados, dulces,
lapiceros, cepillos de dientes, libretas, estampas de santos, poemas y música…
Son los músicos ambulantes los que hoy me llevan a escribir.
El chofer, en su omnipotente posición de conductor de vidas,
dicta cuales de estos músicos ambulantes suben o no a su dominio. Quienes
reciben la venia para ascender al reino de chasís, tienen vía libre para ser los juglares que
intentaran deleitar a los pasajeros y con ello conseguir el poco dinero que
estos deseen dar en prenda… La escena continua, el músico, con su instrumento
al hombro, sea una guitarra o un parlante portátil; se mueve, a veces ágil a
veces torpe, por encima o por un lado de la máquina registradora del bus para
evitar que su entrada quede marcada.
Con una agilidad y equilibrio envidiables, apoya el cuerpo
contra una silla procurando siempre no incomodar a quien está en ella sentado,
toma el instrumento entre sus manos afinando la guitarra o sincronizando el
reproductor de música; ignorando, en apariencia, la física violenta de un bus
en movimiento… Los juglares del valle de
Aburrá carraspean la garganta, se
presentan rápidamente ofreciendo siempre disculpas por la molestia y sin más
compromiso que el de intentar agradar a quien escucha, comienzan su concierto:
Canción:
En Algún Lugar - Duncan Dhu / Intérprete:
Músico ambulante desconocido
Canción:
Ódiame - Julio Jaramillo / Intérprete:
Músico ambulante desconocido
Canción: desconocida / Intérprete: Músico ambulante desconocido
El concierto termina, nunca dura más de tres canciones y la
despedida, a pesar de las variaciones, es siempre la misma:
—Muchas gracias damas y caballeros, espero que hayan
disfrutado de esta canción… La dama o el caballero que tenga la voluntad de
colaborarme con una moneda, estaré pasando por sus puestos. Gracias a todos
feliz tarde, buen viaje y que dios los bendiga a ustedes y a sus familias.
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